Marjorie Borgia El martes, agosto 28, 2012 DESFILADERITO: La negra
historia de don Maseco Gracias a Roberto González Barrera, y al apoyo
que recibió de Carlos y Raúl Salinas de Gortari durante el sexenio
1988-1994, prácticamente
desaparecieron las tortillerías en México. Los subsidios
gubernamentales negados a los campesinos pero otorgados como créditos
blandos a Gruma (Grupo Maseca) engendraron el monopolio de la harina
de maíz y la quiebra de miles de pequeñas fábricas artesanales que
proveían de "cucharas de albañil" a los pobres de los barrios
populares y a los no tanto de las clases medias. Las deliciosas
tortillas de masa de nixtamal, hechas a mano y cocidas a fuego lento
desde que, recién torteadas, eran depositadas crudas sobre una ancha
tela de alambre, que girando como una banda sinfín las llevaba a
pasear sobre el calor del fuego lento y, ya cocidas, las dejaba caer
al fondo de una canasta básica, no forman parte hoy en día de los
recuerdos de los niños que nacieron con el salinato. Dueño del
peluquín más ridículo del que se tenga memoria, González Barrera no
sólo acabó con las tortillerias de barrio y los molinos de nixtamal
–esos lugares donde el maíz y la cal
se mezclaban para crear una rica fórmula alimenticia que por siglos
dotó de hermosos y saludables dientes a millones de campesinos-- sino
que además condenó a servir remedos de tacos, de sabor incierto y
textura repugnante, a casi todos los restaurantes de comida mexicana
que hay en América Latina, Europa y Asia. Alabado ahora –en la hora de
su muerte-- como un empresario "innovador", don Maseco en realidad fue
parcialmente un destructor de las culturas basadas en el consumo
tradicional del maíz. En 1996 conocí en París a dos mexicanos que
habían explorado todas las vías a su alcance para montar un
restaurante de comida yucateca. A pesar de su tenacidad, no les había
quedado más remedio que desistir porque les resultó imposible
conseguir tortillas que no provinieran del imperio de don Maseco. La
oferta más atractiva que hallaron fue la de un importador, avencindado
en Londres, que les cotizó a bajo precio... tortillas de Maseca
enlatadas en California para la cadena Taco Bell. ¡Guácala!, dijeron.
Al otro lado del mundo, sobre la banda oriental del río de La Plata,
otro mexicano, conocido como don Huascar, acudió una noche de agosto
de 2010 a cenar a la casa de Eduardo y Helena en Montevideo (en estos
momentos, lo digo con tristeza, Eduardo está hospitalizado en aquella
ciudad y sus amigos le deseamos lo mejor de lo mejor y que pueda
celebrar su cumpleaños, el próximo sábado, fuera de peligro).
Terminada la cena, don Huascar me ofreció un aventón a mi hotel y por
el camino me contó su vida. Fue, durante una década y media, me dijo,
funcionario de una sucursal de la ONU en Montevideo. Cuando lo
corrieron, discutió con su mujer, uruguaya a todo esto, si era
conveniente para ellos y sus dos hijos, uruguayos también, mudarse a
México. Decidieron que no. Con el producto de sus ahorros, él vino a
nuestro país y compró una tortilladora que era toda una carcacha. Sin
reparar en las burlas y los consejos de quienes le auguraban el
fracaso, llevó la máquina a Montevideo, la reparó, la echó a andar y
al mismo tiempo sembró maíz mexicano y distintas variedades de chile,
con todo lo cual, y un buen recetario, inauguró el María Bonita, un
excelente restaurante que ofrece tortillas y guacamole de probada y
comprobada autenticidad. Hoy cuenta con una clientela estable y
cautiva y sólo trabaja de martes a sábados, de seis de la tarde a 11
de la noche. Moraleja: don Huáscar triunfó porque se sobrepuso a la
nefasta influencia global de don Maseco, pero éste siguió
expandiéndose porque con el respaldo de Salinas, y más tarde de
Ernesto Zedillo –que liquidó la Conasupo y la política de precios de
garantía que protegía a los campesinos de los intermediarios
hambreadores-- acaparó un buen porcentaje de la producción maicera y
contribuyó, indirectamente, a fortalecer la migración hacia Estados
Unidos, el despoblamiento del medio rural y la reconversión de áreas
de cultivo en zonas controladas económica y políticamente por el
narcotráfico. En la cumbre de la prosperidad, se adueñó en 1992 de
Banorte, que era el banco número 18 en importancia en México, pero
tras la venta de las intituciones nacionales de crédito a los
agiotistas españoles, logró convertirlo en el banco de capital
mexicano más fuerte del país y después fusionarlo con Ixe. Priísta de
toda la vida, aunque estaba ya en las últimas y era dueño de una
fortuna estimada por Forbes en mil 900 millones de dólares, participó
en las operaciones de lavado de dinero y compra de votos a favor de
Enrique Peña Nieto por medio de Ixe, uno de los bancos señalados por
los partidos de la coalición Movimiento Progresista que entregó
millones de tarjetas prepagadas al menos a cinco millones de electores
a través de la estructura electoral del PRI. La huella de la
depredación que don Maseco deja en la cultura y en la agricultura será
por desgracia imborrable. ¿Les interesaría incorporarse al colectivo
Desfiladero132, que se propone desarrollar actividades artísticas de
alto impacto contra la imposición de Peña Nieto? Pues no lo piensen
dos veces y síganme en Twitter, donde hoy también estaré en la cuenta
@Desfiladero132, para que puedan mandarme un DM y acordar una reunión
cara a cara, en la ciudad de México, dentro de unos días. Jaime Avilés
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